Clase magistral política de Milei a los profesionales de las mentiras: la ventaja de jugar con la verdad

Los “profesionales” de la política crecieron aprendiendo una lección simple y perversa: para gobernar hay que tener más poder; para tener más poder, hay que tener más cajas; y con más cajas se compran voluntades. Ese círculo —codicia, intercambio, traición— produjo una élite dispuesta a todo con tal de no rendir cuentas. El problema es que apareció un presidente que no juega ese juego: juega con la verdad. Y cuando la verdad se convierte en táctica, los viejos trucos se quedan sin magia.

zuM37afq4_1256x620__1

La película empieza la noche bonaerense, pero no termina en los búnkers. Continúa a la mañana siguiente, con los vetos presidenciales rechazados y un Congreso dispuesto a rubricar la vieja coreografía: más gasto, ningún financiamiento. El mercado —que no escucha consignas, sino señales— entendió el mensaje. El dólar se movió con brusquedad (hubo picos intradiarios en el mayorista cerca de los $1.516 antes de replegarse) y los bonos se hundieron, llevando el riesgo país a la zona de 1.450 puntos. Parecía que la narrativa del “no llegan” volvía a cubrir el cielo.

Pero había otra historia corriendo por debajo. Durante más de un año se fue montando una escena de desgaste: primero, los audios de Spagnuolo, grabados —según se comenta— antes de presentarse la “ley de emergencia de discapacidad”, y publicados después de presentada, como si alguien hubiera estado esperando el momento. Eran piezas raras: se oían bares, cafés y halls de fondo, bullicio de cubiertos y televisores, y una sola voz, en tono de conferencia, desgranando supuestas internas como un monólogo sin auditorio. Al poco tiempo, llegó la ley de discapacidad empujada de apuro y sin contrapartida presupuestaria (¿por qué ahora y no durante los últimos veinte años?). Y enseguida, la sobreexposición de un niño con autismo llevado de set en set para enfrentarlo simbólicamente al Presidente: una puesta politizada por adultos —padres y terapeuta militantes— que instrumentalizó una condición personal con fines de propaganda. Hasta ahí llegaron. El blanco, en última instancia, era Karina Milei, el corazón del armado libertario y, sobre todo, la barrera anticorrupción que la casta odia: atacar a la hermana era atacar la muralla.

A esa maniobra se subieron también algunos de los propios, mareados por el poder y la codicia, creyendo oportuna la embestida. Para algunos —los que entraron al Congreso con votos que pedían achicar el Estado y terminaron votando con el kirchnerismo por más gasto y desequilibrio— ya es tarde. Que el batallón de tuiteros tome nota: la militancia deja de ser militancia cuando se alquila por contratitos en negro de gobernadores feudales; la voz propia no se vende, ojalá recuerden a qué vinieron.

En ese clima, el manual de la política convencional habría indicado negociar cajas y comprar tiempo. Milei eligió otra cosa: aplicar la ley. Devolvió las normas y, por decreto reglamentario, les puso delante la pregunta que desmonta toda demagogia: ¿con qué plata? La Constitución y la técnica presupuestaria dicen lo obvio —toda ley con gasto debe indicar su fuente de financiamiento—, pero lo obvio, en un sistema adicto al atajo, suena revolucionario. De golpe, la moralina del “dar por dar” se volvió aritmética.

En paralelo, hubo política de la grande. Relación aceitada con Estados Unidos y una señal nítida de respaldo (“todas las opciones sobre la mesa”), más un gesto claro hacia la economía real: alivio temporal de retenciones para el campo hasta el 31 de octubre, incentivando liquidación y oferta de dólares. Esa combinación —regla fiscal dura, apoyo externo, señal pro-producción— cambió la música. Los bonos rebotaron, el riesgo país bajó de la zona de 1.450 para rozar los 1.000 (incluso coquetear con los tres dígitos en tramos de la rueda), y el dólar aflojó: el mayorista volvió a la franja de $1,36–1,37, el minorista se estabilizó cerca de $1,38 y el blue cedió hacia $1,41. No hubo milagro: hubo coherencia.

Esta es la clase magistral. La política de siempre cree que el poder se acumula para comprar más poder; Milei muestra que el poder se piensa. Y cuando la verdad se gestiona con técnica, vence al truco. Es la diferencia entre el padre responsable y el hijo caprichoso. El Congreso populista dice: “quiero más plata para tal o cual sector”. Bien. ¿Con qué plata? La sola pregunta los descoloca y los enfurece: “¿cómo vas a ser tan facho de preguntar de dónde sale?”. En cualquier casa, hasta un chico entiende que si sus padres apenas llegan a fin de mes, no puede exigirles un 0 km a los 18 “por ley”, ni una Play 5 con todos los juegos “porque sí”. Esa lógica básica —que un militante de panfleto no tolera— es la que ordena a un Estado serio.

Por eso los “grandes profesionales” se sienten jaqueados. Aprendieron que el camino era sumar cajas para intercambiar favores; llevan décadas practicandolo. Milei les cambió el tablero: sin pauta publicitaria, con medios mayormente en contra, con un Congreso hostil y después de una elección adversa en la provincia de Buenos Aires, recuperó la agenda con reglas y números. Y, lo que más duele a la casta: funcionó. Porque los precios —dólar y riesgo— no votan relatos; cotizan coherencia.

Quedan cosas por ordenar hacia adentro. A quienes se nublaron por la ambición les toca recordar para qué están en La Libertad Avanza. A los que cruzaron la línea, votar gasto sin respaldo en sociedad con el kirchnerismo, la Historia ya les puso sellos que no se despegan. El resto lo dirá la persistencia: sostener la disciplina fiscal, aterrizar el apoyo externo en instrumentos concretos que sumen reservas, profundizar la desregulación para que la economía genere dólares del lado sano. Si esa tríada se afirma, el descenso del riesgo y la calma cambiaria dejarán de ser episodio para volverse tendencia.

La enseñanza, al final, es sencilla y dura. La verdad es invencible cuando se administra con inteligencia. Comprar favores y amontonar poder sirve para atrasar la realidad, no para gobernarla. En un país acostumbrado a confundir “sensibilidad” con cheques sin fondos, Milei está imponiendo una obviedad civilizatoria: primero se pregunta de dónde sale; después se firma. Esa es la diferencia entre política y simulacro. Y esa es la razón por la que, una y otra vez, cuando la casta patalea en sus arenas movedizas, se hunde más: porque pelea contra algo que no se compra ni se canjea —la verdad.

Vikingo logo
El Vikingo
+ posts
Compartí esta noticia

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *