Batalla de Tucumán (24–25 de septiembre de 1812): la «desobediencia» de Belgrano que salvó la Revolución

Contra la orden centralista de replegarse hasta Córdoba, Manuel Belgrano decidió dar batalla en Tucumán con apoyo cívico-miliciano. La victoria frenó el avance realista de Pío Tristán, consolidó el frente norte y abrió el camino a Salta (1813). Un caso ejemplar de decisión descentralizada, financiamiento local y liderazgo responsable frente al cálculo timorato del poder porteño.

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El Norte ardía y la Revolución venía maltrecha. Un año antes, el 20 de junio de 1811, el Ejército Auxiliar había sido derrotado en Huaqui, a orillas del río Desaguadero. Aquel combate —patriotas al mando de Balcarce y Castelli contra los realistas de Goyeneche— terminó en desbande, pérdida de artillería y retirada general: se cayó la línea del Alto Perú y se quebró la moral. Por eso, en 1812, el Primer Triunvirato ordenaba una retirada profunda hasta Córdoba, “para hacerse fuerte”.

Manuel Belgrano, recién puesto al frente del Ejército del Norte, cumplió hasta donde la realidad lo permitió: organizó el Éxodo Jujeño, quemó recursos para que nada quedara al invasor y retrocedió en orden. Pero al llegar a Tucumán encontró lo que en Buenos Aires no se veía: voluntad cívica, recursos y un terreno favorable. El 9 de septiembre, en La Encrucijada, una delegación tucumana le ofreció hombres, caballos, pertrechos y dinero. Esa noche, Belgrano cambió el plan: no seguiría a Córdoba; daría batalla en Tucumán.

Mientras tanto, el enemigo bajaba con paso firme. Juan Pío Tristán —oficial realista que venía desde el Alto Perú— había cruzado por La Quiaca, ocupó Jujuy a fines de agosto de 1812 y siguió rumbo sur hacia Tucumán. Traía un ejército superior en número y artillería. Belgrano contaba con menos de 2.000 hombres (unos 800 infantes, 1.000 jinetes y 4 cañones), pero tenía algo que Tristán no: una ciudad movilizada detrás suyo. El Cabildo y familias notables —los Aráoz, entre otros— juntaron fondos y monturas; Balcarce organizó la caballería; Díaz Vélez y Lamadrid prepararon la maniobra.

El 24 de septiembre, Belgrano orientó su dispositivo hacia el Campo de las Carreras. La llanura —surcada de acequias, cañaverales y huertas— favorecía a la caballería patriota. Cuando los realistas se aproximaron para envolver la ciudad, los escuadrones criollos desbordaron los flancos y golpearon la retaguardia. Fue un combate confuso, con humo, polvo y choques sucesivos; la pelea se estiró hasta el 25. Al despejarse el campo, el parte fue categórico: victoria patriota. Quedaron cañones capturados, carretas, fusiles y prisioneros; Tristán emprendió la retirada hacia Salta, hostigado por fuerzas de Belgrano.

La consecuencia política llegó en cadena. Tucumán detuvo el avance realista sobre el Noroeste, restauró la moral caída desde Huaqui y reabrió la puerta a la ofensiva que culminaría en Salta (20 de febrero de 1813), donde el propio Tristán capitularía. En la ciudad, la devoción popular consagró a la Virgen de la Merced; Belgrano dejó en su altar el bastón de mando y llamó a Tucumán “el sepulcro de la tiranía”. En Buenos Aires, el clima cambió: el 8 de octubre de 1812 cayó el Primer Triunvirato y se abrió un nuevo ciclo político.

La Batalla de Tucumán deja una enseñanza nítida. Huaqui había sido la derrota “de manual”: órdenes centrales, optimismo de papel, burocracia distante y un ejército mal abastecido. Tucumán, en cambio, fue la victoria del conocimiento local y la cooperación voluntaria: vecinos que financian, milicias que acuden, un jefe que asume costos y decide cerca del problema. Belgrano “desobedeció” porque respondió a incentivos reales: terreno favorable, población comprometida y enemigo que venía largo de líneas. No fue un arrebato: fue estadismo con anclaje territorial.

Por eso, más que una proeza aislada, Tucumán fue un cambio de régimen operativo: de la retirada por orden a la defensa por convicción; del expediente capitalino a la acción cívico-militar financiada en el territorio. Con menos hombres y cañones, la Revolución ganó porque apostó por lo escaso y decisivo: información, iniciativa y libertad de mando. Y desde esa base, la campaña siguió: Salta confirmó lo que Tucumán había anunciado. En 1812, el ejército venía abatido por Huaqui; en Tucumán, la gente y sus líderes lo pusieron de pie.

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