Riquelme, el estatista de Boca: de la idolatría populista al fracaso dirigencial
Riquelme y su clásica antipatía en las ruedas de prensa
Sin autocrítica, con manejo clientelar y resultados pésimos, su gestión es otro reflejo del desastre del modelo estatista que dice defender.
Juan Román Riquelme llegó a la presidencia de Boca Juniors como un héroe popular. Prometió «devolver el club a los socios», criticó con dureza a los dirigentes anteriores y se proclamó enemigo de las sociedades anónimas deportivas. Desde el principio, vendió su proyecto como una defensa de «lo nuestro», apelando al sentimiento, no a la gestión seria ni a los resultados.
Hoy, a la luz de los hechos, su gestión expone las mismas miserias que cualquier aparato estatista:
Ineficiencia, falta de autocrítica, amiguismo, corrupción, desprecio por la transparencia y un club atrapado en el personalismo de un caudillo.
Deportivamente, el balance es calamitoso:
- Dos derrotas consecutivas frente a River Plate, el clásico rival.
- Equipos sin juego, sin identidad, sin rebeldía.
- Ausencia total de cracks, a pesar de las enormes inversiones.
- El caso Cavani: presentado como «el mejor extranjero de la historia del fútbol argentino«, terminó siendo uno de los fichajes más decepcionantes de la historia de Boca.
Pero más grave aún es el manejo político:
Riquelme operó para sumar miles de socios nuevos poco antes de las elecciones internas, movilizó barras bravas para agredir verbalmente al presidente Javier Milei y tejió una red clientelar para perpetuarse en el poder, todo bajo el disfraz de estar «cuidando el club de la gente».
¿Te suena conocido? Es el mismo manual de la vieja política: capturar el aparato, desfinanciar la calidad, usar a los beneficiarios como escudos humanos y cuando todo sale mal, culpar a «enemigos externos».
Su discurso contra las sociedades anónimas no es un debate genuino sobre modelos de gestión: es una defensa emocional del statu quo estatista, donde la falta de resultados jamás tiene consecuencias, donde los errores nunca se reconocen y donde la «mística» esconde la ineficiencia.
Como advertía Frédéric Bastiat, «El Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo intenta vivir a expensas de todos los demás.»
En el «Boca de Riquelme», los socios viven cada vez peor mientras un pequeño grupo opera cómodamente en las sombras, repartiendo beneficios y privilegios.
Riquelme prometió devolverle el club a la gente.
Lo que hizo fue devolverle el club a la vieja política de la ineficiencia, la prebenda y la soberbia estatista.
Una vez más, como ocurre siempre donde no hay competencia ni responsabilidad individual, el sueño populista terminó en pesadilla.
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